jueves, 16 de diciembre de 2010

In memoriam

Ya pasaron 4 días, cada día se siente peor y nadie parece hacerle caso, nadie parece creerle. Todos a su alrededor están convencidos de que está fingiendo, que solo es una depresión manifestada como una fatiga extenuante, debida indiscutiblemente al estrés tan intenso que le despierta la loca de su jefa, esa mujer de cabellos prestados y de rostro oculto trás medio centímetro de maquillaje, aquella que al hablar entre sus dientes de elote separados como los de Luis Miguel y con su mirada punzante como taladro en cemento viejo, hace la vida imposible a quien se le pone en frente.

Pasó por un especialista muy bueno el primer día, el reconocido neurocirujano a quien ya se había hecho amigo que le escribe una receta con un antidepresivo convencido de que se trata de una depresión severa, aquél otro coqueto intensivista que tambien atinó en preguntarle si se siente deprimida, repite la misma fórmula como si todos se hubiesen puesto de acuerdo. Tanta es la insistencia que cabe en ella la duda, por unos instantes, si realmente no está sumergida en una depresión tan profunda que ni ella misma puede darse cuenta de lo triste que está?? Pero no. Ella sabe que no es así. Ya se ha sentido deprimida antes y esto no es nada como eso. Debe de ser algo más. "No estoy loca" pensó para ella misma.

Después de una llamada a la grán ciudad, cuelga el aparato de comunicación por radio, ese que se corta cada cinco palabras y no deja escuchar la escencia de las comunicaciones, y éste la envía con su hermano; el tercer intensivista de la lista. Como mandado hacer, éste nuevamente le pregunta si está deprimida, y después de una muy escueta revisión, solo atina decirle que se tome un examen de sangre. Siguiendo las indicaciones del segundo intensivista, se queda en casa todo el día, reponiendo la sal de la sangre que está extrañamente baja, pero no hay mejoría alguna. La fatiga empeora, la vista se deteriora, el suelo se mueve y aún así nadie le cree.

Desesperada, el tercer día, recurre a aquél hermoso y brillante excompañero de carrera que adoraba los retos y amaba, a su recuerdo, el diagnóstico mediante simple y pura exploración. Toma su teléfono y presiona el boton de "send" en el nombre de "Quetza". La escucha es antenta, denota un aire de consternación y resuelve decirle que quiere verla en persona, que pasará al día siguiente al salir de la guardia. Ella respira. No sabe cual será la respsuesta final, pero sabe que alguien por fin la toma en serio.

Pasa un día más. Ya son 4 días de síntomas que empeoran. De qué? Quien sabe. Solo sabe que cada día que pasa se siente peor y peor. Pero llega Quetza, por fin, ese lunes por la mañana y después de un efusivo saludo en la puerta de entrada, permanecen los dos abrazados unos segundos mas para no tener que mirarse a los ojos y ver la mirada preocupada que sale de su rostro de ceño fruncido. La exploración inicia y ella no atina mas que a seguir sus indicaciones una a una, realizando pruebas que jamás le habían hecho y otras que jamas había ni leído en libros y se siente, por fin, en buenas manos.

La revisión termina con tres diagnósticos diferenciales, dos que pone por no dejar uno solo del cual sospecha y el tercero, que teme pronunciar pero muy dentro de él, sabe que es el correcto. Termina diciendo que se haga estudios muy específicos y se retira a dormir. Ella no sabe si está en lo correcto o no, sólo sabe que es la primera persona que la toma en serio y la primera que dice algo coherente sobre el motivo de su malestar.

El día 5 llegó y se vió en la obligación de mentir, de decir que un Internista le había ordenado los estudios, dado que si decía que era un "insignificante R1 de medicina interna" nadie le haría caso y en su ego de dioses de la medicina, descartarían lo unico coherente que le habían dicho hasta el momento. El tuvo razón. Su diagnóstico, sin laboratoriales, sin resonancias, sin estudios invasivos y sin si quiera necesidad de 5 días de hospitalización, había sido el correcto. Con la verdadera medicina;  la del interrogatorio y la exploración, supo antes que nadie, el desenlace de la historia.

Y hoy, te escribo a ti, Quetza, en agradecimiento eterno, que de no ser por tí, por tu excelencia como ser humano y tu perfeccionismo como médico, muy probablemente seguiríamos buscando la causa de mis malestares. Gracias a tí siempre y desde ese día, quizás para tí fue un enigma médico más que resolviste, pero a mí me cambiaste la vida y te estaré por siempre agradecida. Gracias por siempre, te llevo presente todos los días y todos los días doy gracias al hecho de haberte conocido. Vas a llegar muy lejos como ser humano y médico y espero poder estar cerca para vivirlo contigo.

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