jueves, 2 de diciembre de 2010

Manejando

Manejando por la calle, se vió invadida de un antojo desgarrador; pasó frente a unos tacos en su pequeña aspirina que usa como auto, y pudo sentir como se llenaba de saliva su boca desde atras de los molares al saborear una orden de taquitos de lengua con verdura, sal, limón y salsa verde de chile, y su estómago vacío no pudo mas que renegar ruidosamente la falta de alimento estando ya tan próxima la hora de la cena.

Traicionada por su mente científica y su corazón, que el vulgo llama "de pollo", pensó casi en voz alta, qué era lo que realmente más extrañaba con esta maldita dieta de grasas y tortillas a la cual se habia sometido voluntariamente días atrás; si un beso tierno, de esos largos que dejan a uno mareado y viendo lucesitas, o un delicioso pan tostado Bimbo con cajeta Coronado quemada, que tanto tiempo tenía sin probar.

Recordando una no muy vieja cita de cierto científico transatlántico en un país frío como sus propios habitantes, donde hacía referencia a las adicciones, refieriendo, a la sorpresa quizás de muchos, que la combinación de grasa, sal y azúcar refinada es igual de adictiva que la heroína y la cocaína, y por eso es tan difícil excluirlos de la dieta regular y no ceder, de cuando en cuando, a un antojito de esos como los chocorroles o los pingüinos.

Sacando conclusiones, unos kilómetros más delante, atorada en el táfico de las 7 de la noche de camino a casa, no pudo mas que llegar a una deducción; ambas con la cabeza y el sentimiento, donde, en resumidas cuentas, los besos son adictivos por que liberan endorfinas, la sustancia por excelencia del placer, y las drogas fuertes como las antes mencionadas estimulan la liberación de ésta misma, al igual que el enamoramiento que puede sentir una mujer, en toda la extensión de la palabra, con la hormona a flor de piel, cuando le dá un beso a aquél que le corta el aliento con lo que solo parecería un burdo masajeo de las carnosidades que conocemos como labios.

De ésta manera, no pudo más que concluir que sus kilitos extras acumulados en las chaparreras, caderas y nalgas, no eran más que una falta de besos, dado que el hecho de no besar, lleva a una despiadada ansiedad por comer dulces, grasas, sales y cochinadas de esas que anuncian en la tele para doblegar la voluntad del más decidido a "pecar" con un pastelito de chocolate, que son las que pobre y tristemente suplen esa necesidad implacable de besar y sentir enamoramiento.

Y así, con una vasta sonrisa en el rostro, no pudo más que concluir que lo que tenía ella no era un exceso de grasa en las zonas curvas (o de menos, donde se supone, deberían de estar) sino una deficiencia de besos. Así, cada que, de hoy en delante se viera al espejo, no pensaría en una mujer con exceso de huequitos en las pompas, sino una güerota con una implacable deficiencia de besos! Pensó para ella misma mientras un Sentra 2005 le cerraba el paso, "¿Cuál dieta? Lo que yo necesito son besos!"

Pero la realidad fue otra. Llegó a su casa decidida a prepararse un delicioso pan tostado con cajeta que ya se venía saboreando, y antes de entrar a la cocina se frenó en seco pensando que no tenía nadie a quien besar, y volvió a su realidad, saliendo del pretexto mejor elaborado y justificado de la historia para comer sin culpas; no tenía fundamentos práctios inmediatos y no pudo mas que dirigirse a su habitación a escribir la triste historia de la cajeta, la cocaina y los besos.

                                         

2 comentarios:

  1. aaaaaaahhhhhhhhh no mames!!! que buen relato!!!! felicidades!!!!!!
    Besos muchos!!!!

    Que buena analogía... así veo mi panza un tanquecito de cariño acumulado!!!!

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  2. gracias por ser mi primer comentario! jajaja y que bueno que te gusto!!! me hace feliz!!! :)

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